domingo, 11 de octubre de 2009
CARLOS FUENTES Y POZA RICA (2da. y última)
CARLOS FUENTES Y POZA RICA
(Segunda parte)
Por Mario A. Román del Valle
En la pasada entrega de este ensayo, planteábamos que en los setenta, el laureado escritor Carlos Fuentes publicó un thriller petrolero en el que abordaba el problema de las reservas petroleras mexicanas, su importancia estratégica mundial y el valor que tiene ésta industria en términos de la soberanía energética y como sustento de una identidad cultural, que busca fortalecer la independencia económica y política del país.
Ahora intentaremos realizar un análisis de la estructura, las características estéticas y literarias, y la trama interesantísima de la novela negra que Fuentes intituló “La cabeza de la hidra”.
Una novela negra sui generis
Desde que apareció publicada, La cabeza de hidra, los críticos y los estudiosos de la obra de Fuentes, han debatido acerca del subgénero en el que había que clasificar a esta novela de más de 140 páginas. Algunos han planteado que era una novela policiaca, mientras que la mayoría de los especialistas la han ubicado como una novela negra, es decir, de acción y suspenso.
Así, por ejemplo, para Edith Negrín, La cabeza de la hidra es “una novela de acción donde el juego de la inteligencia empieza por la investigación de un asesinato aún inexistente y se topa con el espionaje internacional” (1). Otros, como Ignacio Trejo Fuentes, advierten que en ésta obra encontramos elementos constitutivos del thriller o novela negra, tales como “crimen, suspenso y misterio de modo protagónico”, además de incluir otras características del subgénero mencionado: elementos de actualidad, concomitantes a la época de elaboración, así como temas relacionados con las problemáticas social,económica y política (2).
Empero, cabe señalar que en ésta novela no todo es suspenso y acción, pues en la misma se incluye una reflexión, profunda y lúcida –no podía ser de otro modo en un trabajo de Fuentes-, sobre los grandes problemas sociales y económicos de México (la pobreza, la corrupción, el subdesarrollo). Es decir, como apunta Ibargüengoitia, la obra contiene varios elementos de un brillante ensayo (3).
Otro aspecto que llamó poderosamente la atención de los críticos fue el desempeño del narrador en la historia. En los primeros 18 capítulos de la novela, las acciones son relatadas en tercera persona, por un narrador omnisciente, en apariencia fuera de la acción, y que con frecuencia asume el punto de vista del protagonista, Felix Maldonado (4).
En el capítulo 19, el narrador cambia a la primera persona. Y luego sabemos que la voz pertenece a un personaje, antiguo amigo de Félix de la época en que ambos estudiaban un posgrado en la Universidad de Columbia, en Estados Unidos. En el tiempo presente de la trama, el amigo se ha convertido en “un empresario nacionalista” (5), defensor de las reservas petroleras mexicanas, al que Félix llama Timón de Atenas. Sin embargo, durante toda la historia continuará siendo un narrador omnisciente y ubicuo.
En la última parte de la novela se revelan los ambivalentes nexos afectivos entre ambos personajes, y no obstante ello, el desempeño del narrador seguirá siendo el de un poder absoluto, frente al cual Maldonado se encuentra inerme.
La historia, como observa Fernando García Núñez, es un universo en el cual, gracias al narrador deicida Timón, se abolió el azar y los acontecimientos obedecían a la necesidad. De esta manera, al analizar la imposibilidad del libre albedrío en ésta historia novelesca, el propio García Núñez, encuentra en la dependencia que tiene Félix un metáfora política: “le inminencia de la dependencia de México de los Estados Unidos y de la Unión Soviética”. Más aún, la propuesta de que “todos los países y todos los individuos de alguna manera u otra, voluntaria o involuntariamente sirven a los intereses de esos superpoderes” (6).
La cabeza de la hidra es un thriller con el sello inconfundible de carlos Fuentes. En esta obra, Poza Rica y su tradición de rescate nacionalista del petróleo, juega un rol central.
Es tiempo de recapitular. La cabeza de la hidra es una historia muy interesante, con una trama en la que se incluyen aspectos cruciales del México contemporáneo, con acciones vertiginosas, que vale la pena leerse y analizarse a fondo. Es un producto literario sui generis, pues es una novela negra pero no tan sólo es eso, sino que también es “una intriga atravesada por reflexiones y propuestas ideológicas, una narración de espionaje humorística, simbólica y con un filo político, un thriller (con la marcada indeleble) de Carlos Fuentes” (7).
Una trama intrigante
Ahora apuntemos una breve semblanza sobre el desarrollo de la trama de nuestra novela. La historia inicia informándonos que Félix Maldonado es un economista, que estudió en la UNAM, y es un funcionario medio, Jefe del departamento de análisis de precios, en la Secretaría de Fomento Industrial (recordemos que en aquel tiempo esta secretaría se encargaba de las cuestiones relacionadas con la estratégica PEMEX).
Pronto Maldonado estará inmiscuido en una complicada red de espionaje. Será usado innoblemente por dos bandos en pugna –los árabes de la OPEP y los judíos-, los cuales intentan aprovechar las vastísimas reservas petroleras mexicanas para influir determinantemente en el convulso mercado energético mundial.
Y sin dejar de avanzar en la exposición de dicha red, el famoso autor, quien en 1994 ganó el Premio Pincipe de Asturias, se da tiempo para describir los evidentes y terribles contrastes económicos y sociales que afectan a esa monstruosa urbe, que es la región más transparente, según el mismo definió a la ciudad de México. El funcionario Maldonado abandona las lujosas oficinas de la secretaría de fomento industrial, que se ubican en la avenida Cuauhtémoc, en las inmediaciones de la populosa colonia de los Doctores:
“Durante más de una hora, Félix Maldonado caminó sin rumbo, confuso. Lo malo de la Secretaría es que estaba en una parte tan fea de la ciudad, la Colonia de los Doctores. Un conjunto decrépito de edificios chatos de principios de siglo y una concentración minuciosa de olores de cocinas públicas. Los escasos edificios altos parecían muelas de vidrio desco¬munalmente hinchadas en una boca llena de caries y extrac¬ciones mal cicatrizadas” (8).
Los tecnócratas, casi como una casta privilegiada, terminan por tener una “sensibilidad” clasista, aunque provengan de una ciudad petrolera, progresista y de fuerte raigambre cultural obrerista. Los olores de la comida popular, la basura de las calles, la mugre y la pobreza les lastiman los sentidos.
“Se fue hasta Doctor Claudio Bernard tratando de ordenar sus impresiones. Lo distrajeron demasiado esos olores de me¬renderos baratos abiertos sobre las calles. Dio la vuelta para regresar a la Secretaría. Se topó con un puesto de peroles hirvientes donde se cocinaban elotes al vapor. Se abrió paso entre las multitudes de la avenida llena de vendedores ambulantes. Se rebanaban jicamas rociadas de limón y polvos de chile. Se surtían raspados de nieve picada que absorbían como secante los jarabes de grosella y chocolate”.
“Más que nada, sintió que su voluntad desfallecía. Respiró hondo pero los olores lo ofendieron. Se metió por Doctor Lu¬cio y una cuadra antes de llegar a la Secretaría vio a una mendiga sentada en la banqueta con un niño en brazos. Era demasiado tarde para darles la espalda. Sintió que los ojos negros de la limosnera lo observaban y lo juzgaban. Era lo malo de caminar a pie por la ciudad de México. Mendigos, desempleados, quizás criminales, por todos lados. Por eso era indispensable tener un auto, para ir directamente de las casas privadas bien protegidas a las oficinas altas sitiadas por los ejércitos del hambre” (9).
Para no pasar cerca de la indígena miserable, Félix decide cruzar a la acera de enfrente, y desde ahí observa que la mujer era en realidad “una niña indígena, de no más de doce años; descalza, morena, tiñosita, con un bebé en brazos, tapadito por el reboso”.
El burócrata regresa rápidamente a la comodidad y el aislamiento que le brinda su lujosa oficina. La mendiga continúa ahí, sentada en plena banqueta, con la mano extendida, pidiendo limosna.
Son imágenes cotidianas de un México contradictorio, absurdo y altamente injusto.
La pobreza en México. Hoy y siempre
N O T A S
1.- Edith Negrín, “La cabeza de la hidra, entre la cultura y el petróleo”, en P. Popovic Karic (compil.), “Carlos Fuentes: Perspectivas críticas”, México, ITESM/Siglo XXI, 2002, p. 21.
2.- Ignacio Trejo Fuentes, “Segunda voz. Ensayos sobre novela mexicana”, México, UNAM, 1987, p. 10.
3.- Jorge Ibargüengoitia, “En primera persona. Un nuevo libro de carlos Fuentes (La cabeza …)”, en Revista VUELTA, núm. 20, julio de 1978, p. 28.
4.- E. Negrín, op. Cit., p. 25.
5. C. Fuentes, “La cabeza de la hidra”, México, Alfaguara, 1978, p. 231.
6.- Fernando García Núñez, “La imposibilidad del libre albedrío en La cabeza de la hidra”, en revista CUADERNOS AMERICANAOS, Núm. 1, enero-febrero, 1984, p. 227.
7.- E. Negrín, ob. cit., p. 24.
8.- “La cabeza …, p. 8.
9.- Ibid., pp. 8 y 9.
CARLOS FUENTES Y POZA RICA
(Tercera parte)
Por Mario A. Román del Valle
La cabeza de la hidra es una novela negra, en la que la importancia económica de las reservas petroleras mexicanas es una excelente excusa para contar una historia que refleja las pugnas que vivió y padeció el mundo en la década de los setenta, cuando aún se imponían las condiciones de la llamada guerra fría.
México no estaba exento de verse en medio de las disputas mundiales, en donde dos grandes bloques, liderado uno por Estados Unidos y el otro por la URSS, buscaban ganar zonas de influencia y poderío, sin considerar para nada la soberanía de las naciones, ni el bienestar de los pueblos del orbe.
El economista pozarricense, Félix Maldonado, quiere cambiar ese mundo tal como está planteado. Primero, desde su posición de burócrata de nivel medio. Después, desde su rol de héroe incomprendido, triste y engañado. No quiere que su país, México, sea una ficha más de ese juego entre potencias. Pronto se da cuenta de que la misión que ha emprendido con alma de idealista choca contra las personas involucradas en ese enredijo político que se tiñe de múltiples matices -religiosos, económicos, amorosos- por lo que se termina convirtiendo en enemigo de todos y todo, incluida su propia causa.
La geopolítica del petróleo
El personaje principal se da cuenta de que está siendo usado en un peligroso juego mundial. Félix está en Houston, la ciudad de las grandes trasnacionales petroleras. Y en ese lugar, platica con el empresario inglés Mann-Trevor, quien le dice que “los planes de contingencia del Occidente requieren información precisa sobre la extensión, naturaleza y ubicación de las reservas de petróleo mexicano” (1). Y debido a ello, tratan, tanto gringos, como árabes y judíos, de apropiarse de un micrchip que contiene los datos geológicos fidedignos.
Los gringos piden que se usen las reservas mexicanas en su provecho (dentro de un mercado mundial caótico). “Todo esto puede hacerse normalmente, le dice Mann-Trevor, sin tocar la sacrosanta nacionalización del Presidente Cárdenas. Se puede desnacionalizar guardando las apariencias, pardiz”(2). Como puede observarse, Fuentes preveía los embates privatizadores desde mediados de los setenta.
El inglés le explica a Félix la importancia del petróleo mexicano. “Lo que se juega es mucho más grande que su pobre país corrupto, ahogado por la miseria, el desempleo, la inflación y la ineptitud”.
El pozarricense Félix Maldonado, fiel a su formación nacionalista, determina luchar junto a Timón de Atenas (su amigo y empresario también nacionalista), con el fin de preservar los escasos márgenes de independencia y soberanía económica, política y energética, que le quedan a México. De esta forma, se convierte en un “James Bond del subdesarrollo”.
Timón reflexiona y comenta al lector cómo fue descubriendo la intriga internacional que enmarca la historia. “La guerra del Yom Kippur y el embargo petrolero de los países árabes coincidió con la ubicación de un cuadrilátero con veinte mil millones de barriles potenciales escondidos a 4.500 metros bajo las tierras de Tabasco y Chiapas.
No fue difícil para el dueño de una gran empresa petroquí¬mica percibir los signos de peligro, calibrar por igual la avari¬cia que provocaban los grandes mantos petrolíferos mexicanos y el papel que semejante reserva podría jugar en caso de una crisis internacional. Pude averiguar cosas que parecían muy simples: las idas y venidas de nuestro antiguo profesor Bernstein con el propósito ostensible de reunir fondos para Israel, los contactos que establecía, las preguntas que formulaba; la relación del Director General de la Secretaría de Fomento In¬dustrial con los diplomáticos y jerarcas de los países árabes. Las indiscreciones de mi hermana Angélica me fueron precio¬sas. No las necesité para comprobar personalmente las presio¬nes ejercidas sobre mi propia empresa para asociarla con com¬pañías transnacionales y acoplarla a proyectos que acabarían por arrebatarnos el dominio sobre nuestros recursos” (3).
Y recordando lo que le había dicho Félix acerca de que fue hasta que se dio la Expropiación petrolera, cuando los mexicanos nos pudimos ver directamente a la cara, concluye: “Imagine el día en que los mexicanos dejaríamos de mirarnos a la cara”
La guerra de Yom Kippur desató una grave crisis mundial.
Más adelante, Timón sostiene una charla con el magnate gringo, y en la conversación queda de manifiesto, cómo quieren los norteamericanos usar el oro negro mexicano:
“Los Estados Unidos, le dice el gringo, requie¬ren seis millones de barriles diarios de importación para el consumo interno. Alaska y Venezuela sólo nos aseguran las dos terceras partes de ese suministro. México tendrá que ven¬dernos la tercera parte faltante.
»—¿Por las buenas o por las malas?
»—Preferiblemente por las buenas, ¿correcto?
»—¿Creen ustedes que estallará una nueva guerra?
»—Entre las grandes potencias no, porque el arsenal nu¬clear nos condena al terror de la extinción o al equilibrio del terror. Pero los países pequeños serán el escenario de guerras limitadas con armas militares convencionales.
»—Y también de contiendas limitadas con armas econó¬micas igualmente convencionales.
»—Yo me refería a las armas que empleamos en Vietnam; todas se relacionan con su profesión, usted lo sabe, las guerras limitadas y convencionales significan el auge de la in¬dustria petroquímica, usted lo sabe, napalm, fósforo, armas de defoliación de las selvas...
»—Y yo me refería a armas más convencionales, chanta¬jes, amenazas, presiones...
»—Así es, son ustedes muy vulnerables porque dependen de tres válvulas que nosotros podemos cerrar a nuestro antojo, compras, financiamiento y venta de refacciones.
»—Nos beberemos el petróleo, pues, a ver a qué nos sabe...
»—Ugh. Mejor adáptese al futuro, amigo, la Dow Chemi¬cal está ansiosa de asociarse con usted, es una garantía para la expansión y las ganancias de su empresa, se lo aseguro. En la década de los ochenta, México contará con una reserva pro¬bada de cien mil millones de barriles, la más grande del He¬misferio Occidental, la segunda del mundo después de Arabia Saudita. No pueden sentarse eternamente sobre ella, como el proverbial indio dormido sobre una montaña de oro...» (4).
El petróleo en el centro de la geopolítica mundial.
N O T A S
1.- “La cabeza de la hidra”, p. 82.
2.- Ibid., p. 83.
3.- Ibid., p. 109.
4.- Ibid., p. 110.
CARLOS FUENTES Y POZA RICA
(CUARTA Y ÚLTIMA PARTE)
Por Mario A. Román del Valle
El pobra Félix Maldonado, personaje central de “La cabeza de la hidra”, sufre de todo. Pierde su personalidad; le cambian el rostro por medio de una cirugía plática; pierde el empleo; su esposa lo considera muerto; lo acusaron de intentar asesinar al Presidente de la República; se entera de la muerte de la mujer que más amó en la vida; y se ve envuelta en un sinnúmero de peripecias, tratado como un “títere”, por fuerzas oscuras, poderosas y supranacionales. Y todo porque es un experto en el tema petrolero.
Es necesario adentrarnos en su historia personal para comprender mejor su rol protagónico en la historia novelesca de Carlos Fuentes.
Un economista pozarricense
La biografía de Félix Maldonado, el personaje central de La cabeza de la hidra, es contada por su amigo Timón de Atenas, el cual –como ya hemos dicho-, lo conoció cuando ambos eran estudiantes de posgrado en la Universidad de Columbia.
“Hablábamos mucho de México, sentados frente al panorama que era nuestro único lujo: la vista del Hudson al atar¬decer desde la ventana del vigésimo piso. El padre de Félix había sido uno de los escasos empleados mexicanos de las compañías petroleras extranjeras. Trabajaba en Poza Rica para la Compañía El Águila, subsidiaria de la Royal Dutch, como contador.
—El gerente recibía a mi padre dos veces al mes. Pero mi padre nunca le vio la cara. Cuantas veces entró al despacho, encontró al gerente dándole la espalda. Era la costumbre, re¬cibir de espaldas a los empleados mexicanos, hacerles sentir que eran inferiores, igual que los empleados hindús del raj británico. Mi papá me contaba esto años después, cuando su humillación ya se había convertido en orgullo. En 1938, Lá¬zaro Cárdenas expropió las compañías petroleras inglesas, ho¬landesas y norteamericanas. Mi papá me contó que al prin¬cipio no sabían qué hacer. Las compañías se fueron con sus técnicos, sus ingenieros y hasta los planos de las refinerías y las refacciones de los pozos. Dijeron bébanse su petróleo, a ver a qué les sabe. Fue declarado el boycott de los países capi¬talistas contra México. Dice mi papá que tuvieron que impro¬visarlo todo para salir adelante. Pero valía la pena. Se acaba¬ron las guardias blancas que eran el ejército privado de las compañías, les robaban las tierras a los campesinos y les cor¬taban las orejas a los maestros rurales. Y sobre todo, las gen¬tes se miraron a la cara” (1).
Esta historia nos es muy conocida a los pozarricense, pues nuestros abuelos y nuestros padres nos la han contado ampliamente. Sabemos muy bien lo que fue la explotación colonialista y casi racista que sufrieron los fundadores de nuestra ciudad. E igualmente conocemos bien cuáles fueron sus importantísimas luchas sindicales y sociales por rescatar el petróleo mexicano.
Debemos agradecer y valorar el que una pluma de la enorme talla de Carlos Fuentes plasme lo simbólico que fue esa lucha histórica de nuestra ciudad en bien de todo México. Y sólo tendríamos que apuntar que los obreros mexicanos no nada más sufrían porque no los miraran a la cara los magnates gringos, sino que tal explotación se traducía en cosas mil veces peor que ello: cruentos accidentes laborales, enfermedades mortales, agobiantes jornadas de trabajo, golpizas, represiones violentas contra los sindicalistas, falta de viviendas, y asesinatos, fueron algunos de los costos que tuvieron que pagar los pioneros de nuestra querida Poza Rica, para decir “¡presente!”, junto al valiente Presidente Cárdenas, cuando se nacionalizó, por fin, en 1938, el petróleo de México.
POZA RICA EMBLEMA DE LA SOBERANIA NACIONAL
Continuemos con la biografía, muy interesante y emblemática, de Félix Maldonado:
“Todo esto, continúa refiriendo Timón, es una parte bien conocida de la historia mo¬derna de México. Para Félix era una experiencia personal y conmovedora. Alegaba con calor, en medio de mis risas, que fue concebido el 18 de marzo de 1938, día de la nacionaliza¬ción, porque nació exactamente nueve meses después. Y si hubiera nacido nueve años antes, no hubiese tenido todo lo que tuvo, las escuelas creadas por Cárdenas en los campos petroleros, los servicios médicos que antes no existían, la se¬guridad social, las pensiones. Sus padres no se habían atrevido a tener hijos antes; Félix pudo ir a la escuela de Poza Rica, su padre ascendió, fue jefe de contadores en la Dirección de Petróleos Mexicanos en la capital, Félix pudo seguir sus estudios y llegar a la Universidad, su padre se retiró pensiona¬do, pero los hombres activos se mueren cuando dejan de tra¬bajar. Félix sentía veneración por su padre y por Cárdenas; casi eran uno solo en su imaginación, como si hubiese una correspondencia inseparable entre una humillación, una digni¬dad y un destino compartidos por ambos y heredados por él.
Félix contaba esta historia de manera muy íntima, mucho más de lo que yo soy capaz de referirla ahora” (2).
Debe advertirse que Carlos Fuentes sitúa el lugar de origen de Félix como un lugar emblemático de la lucha por el rescate del petróleo y por la efectiva soberanía nacional. O sea que el autor de “Aura” y “Cristóbal Nonato”, percibe con claridad que Poza Rica estuvo en el centro de la escena política cuando se realizó la expropiación petrolera y en los años que siguieron, cuando México pudo desarrollar una importante industria energética, y con ello amplio su desarrollo económico y social, modernizó su infraestructura, amén de consolidar su viabilidad como país soberano e independiente.
CARLOS FUENTES Y POZA RICA. (1ra. de 2 PARTES)
CARLOS FUENTES Y POZA RICA
Por Mario A. Román del Valle
En 1978 Carlos Fuentes publicó su novela “La cabeza de la hidra”. En aquel momento la obra fue considerada un “thriller petrolero”, que se apartaba un tanto de las temáticas y las formas narrativas del ya para entonces laureado escritor mexicano.
“La cabeza de la hidra” es una historia que gira en torno a las reservas petroleras mexicanas y la relevancia que éstas tienen en el mercado mundial. No puede olvidarse que la obra apareció justamente cuando se hablaba, apasionadamente, en el mundo entero, acerca del enorme potencial del boom petrolero mexicano. Y el entonces Presidente José López Portillo se regodeaba, acuciado por su colaborador, el director de PEMEX, Jorge Díaz Serrano, anunciando al concierto internacional y a todos los mexicanos, que había que prepararse para administrar la abundancia, que nos traería la creciente producción petrolera.
La obra tiene una especial significación para nosotros, los pozarricenses, pues el personaje principal de la historia, el economista Felix Maldonado, quien se va a ubicar en el centro de la compleja red de intriga y espionaje internacional, es originario de Poza Rica. Y representa mucho de lo mejor y más valioso que nuestra ciudad ha producido: un mundo económico y social, marcado por la cultura obrera petrolera, de esfuerzo y nacionalismo vitalísimo, que está estrechamente vinculado a conceptos como la solidaridad social, la pujanza económica y la soberanía energética.
Antes de abordar más extensamente la trama de la novela que ocupa nuestra atención, valdría la pena reseñar, brevemente, la trayectoria de un escritor de la fama y la talla universal que tiene Carlos Fuentes.
CARLOS FUENTES. UN CLÁSICO UNIVERSAL
Carlos Fuentes nació el 11 de noviembre de 1928, en la ciudad de Panamá, en donde su padre, don Rafael Fuentes Boettiger, comenzaba su carrera diplomática como representante de México en aquel país centroamericano (1).
Vivió, por la actividad diplomática de su progenitor, en Estados Unidos, Chile y Argentina. Y en esos países adquirió una educación diversa y estimulante. Pronto entró en contacto con don Alfonso Reyes, un escritor excepcional y brillante, que influyó poderosamente en el proceso formativo del joven Fuentes.
“Gracias a esas influencias, ha señalado el doctor Ramón de la Fuente, el joven mexicano enfocó simultáneamente sus preocupaciones sociales, intelectuales, estéticas y culturales a la realidad mexicana, pero también a la del mundo entero. Esto le permitió una vasta comprensión no sólo de la cultura, la literatura y el arte, sino también de la política, de los conflictos internacionales, de las religiones, de las ideologías, de las tecnologías, y claro, cuando llegó la globalización Fuentes ya se había asomado a ella” (2).
Cabe señalar que, como todo buen escritor, Carlos Fuentes es un voraz y escrupuloso lector de muy variados intereses. Por eso, su visión social, filosófica, literaria y política es muy amplia, lúcida y profunda.
Regresando a su biografía, debemos apuntar que llegó a México a los 16 años de edad. Estudió la licenciatura de Derecho en la invaluable UNAM; ejerció, precoz y audazmente, el oficio periodístico; y se adentró en esa escuela vital del mundo nocturno del México posrevolucionario (3).
En 1954, va a publicar sus primeros cuentos titulados “Los días enmascarados”, reunidos en la Colección Los Presentes. Y a lado de Emmanuel Carballo dirigirá la “Revista Mexicana de Literatura”, y “El Espectador”, con Víctor González Olea y Enrique González Pedrero.
Fuentes: nuestro escritor más universal
Desde el principio, Carlos Fuentes va a mostrar una pasión irrefrenable por analizar al ser mexicano, su abigarrado y contradictorio mundo espiritual, la intensidad del mundo popular de nuestro país, y el señalamiento de los graves y grandes problemas de la Nación. Alguien ha dicho que para la generación de Fuentes, el problema literario no consistía en descubrir la modernidad de México, sino su tradición. El pasado se encontraba brutalmente dañado por la enseñanza petrificada que se impartía en las escuelas de los distintos niveles educativos, en donde predominaban formas grotescas de nacionalismo.
Vendrá después, la publicación de varias novelas, de extraordinaria calidad narrativa, que le harán ganar renombre internacional. Entre ellas podemos citar “La región más transparente” (1958), “Las buenas conciencias” (1959), “La muerte de Artemio Cruz” (1962), la controvertida “Aura” (también de 1962), “Terra Nostra” (1975), “Gringo viejo” (1985), “Cristóbal Nonato” (1987), “Los años con Laura Díaz” (1999), y más recientemente “La voluntad y la fortuna” (2008).
Sobre la fuerza que ha tenido la obra de Fuentes para la cultura mexicana, Carlos Monsiváis ha señalado que “fue uno de los primeros en romper el vigoroso pacto implícito de los escritores con el régimen del Partido Revolucionario Institucional (PRI), y para muchos fue el emblema de una izquierda democrática, antiestalinista, con sentido del humor, internacionalista y, a la vez, muy cercana al proyecto nacionalista y antiimperialista del ex presidente Lázaro Cárdenas” (4).
“La izquierda sectaria, agrega Monsi, lo declaró símbolo de la "frivolidad capitalista", y los jóvenes leyeron con entusiasmo La región más transparente, Las buenas conciencias, y, sobre todo, La muerte de Artemio Cruz (1962), el resumen mítico y crítico de una revolución museificada y devastada por la corrupción. Y por la represión, como se probó en 1968, al ocurrir la matanza del 2 de octubre ordenada por el presidente Gustavo Diaz Ordaz. Carlos Fuentes y Octavio Paz denunciaron internacionalmente los actos de barbarie del régimen” (5).
En 1975 fue nombrado embajador de México en Francia, cargo al que renunció, dos años después, cuando se entera que Gustavo Díaz Ordaz había sido designado embajador de México en España. Fu éste, un acto de protesta, comentado en todo el mundo, recordando que el político poblano había sido el principal responsable de los asesinatos de cientos de estudiantes en Tlatelolco, cuando pedían libertad política y apertura democrática en México, durante el turbulento y dramático año de 1968.
Y fue, precisamente en la embajada de México en París, en donde Fuentes elaboró su novela “La cabeza de la hidra”, en la que un economista pozarricense, que había estudiado en la izquierdista UNAM, es caracterizado como un emblema de la resistencia nacionalista, a favor de la soberanía nacional y el rescate del petróleo mexicano en bien de las causas populares.
La historia y la literatura, se entrecruzan en las obras de los grandes escritores. Y nos arrojan sus páginas, lecciones trascendentes que nos ayudan a comprender el pasado y el presente de manera más clara, y a no olvidar, en la visión para el futuro, que los pueblos deben encarar los retos económicos y sociales, aferrados a sus mejores valores culturales.
Libros esenciales de México
N O T A S
1.- Véase la biografías del escritor que aparecen en Wikipedia y en la propia página web oficial del autor de “Aura” (www.carlosfuentes, com). Además de Humberto Mussachio, “Diccionario Enciclopédico de México”, 2001.
2.- Palabras del ex rector de la UNAM, Juan Ramón de la Fuente, en la clausura del coloquio “La región más transparente. 50 años después”, que organizó la Máxima Casa de Estudios del país, el año pasado.
3.- Vid., nota 1.
4.- Carlos Monsiváis, “Fuentes. Una biografía política”, en Diario “El País”, España, 26 de noviembre de 1997.
5.- Ibid.
jueves, 27 de agosto de 2009
miércoles, 26 de agosto de 2009
miércoles, 8 de julio de 2009
SABIAS ...
¿SABIAS QUÉ ….
EL 20 DE NOVIEMBRE DE 1932 SE FUNDÓ POZA RICA, CUANDO LLEGARON, DEL VIEJO CAMPAMENTO DE PALMA SOLA, 176 OBREROS PETROLEROS CON SUS RESPECTIVAS FAMILIAS?
EL 20 DE NOVIEMBRE DE 1932 SE FUNDÓ POZA RICA, CUANDO LLEGARON, DEL VIEJO CAMPAMENTO DE PALMA SOLA, 176 OBREROS PETROLEROS CON SUS RESPECTIVAS FAMILIAS?
LA COLONIA ETIOPE
EL ATRTÍCULO LA COLONIA ETIOPE APARECIÓ EN EL DIARIO "NORESTE", EN EL AÑO DE 2003. EN ÉL SE REFIERE LA POBREZA DE LA COLONIA OBRERA EN SUS PRIMEROS AÑOS DE VIDA
Historias de Poza Rica
"LA COLONIA ETIOPE"
Mario A. Román
La periodista Elvira Vargas, del diario capitalino "El Nacional", visitó Poza Rica por vez primera el 6 de febrero de 1938. Las profundas impresiones que le produjo la miseria en que vivían los trabajadores petroleros y sus familias las plasmó en una serie de reportajes, que se convertirían luego en un pequeño libro titulado "Lo que ví en la tierra del petróleo".
De inmediato, después de su arribo -vía área-, la reportera realizó un recorrido por el bravío campamento petrolero. A continuación presentamos parte de lo que escribió la pundonorosa reportera:
"En la loma (donde viven los americanos), todo está bien distribuido y orientado, destacando su saneamiento, comodidad y salubridad. Sobre la tierra baja, en cambio, se observan lotes de chozas apiñadas y miserables, rodeadas de cunetas pantanosas, por las que corren las aguas negras provenientes de la aristocrática colonia americana. En esas chozas es donde viven los trabajadores. Y ellas hacen ver, también, la miseria, la mugre y los focos de infección y enfermedades" (1).
En el reportaje publicado el día 12 de febrero de aquel año (1938), Elvira Vargas, con un estilo llano y directo, apuntaba cuáles habían sido sus primeros movimientos en Poza Rica:
"Desde el campo de aterrizaje, donde un nutrido grupo de trabajadores espera, hemos de seguir hasta el campamento y hasta los bungalows, dejando a la derecha la colonia etíope, como llama con escarnio al manchón negro de chozas, el explotador extranjero.
"Apenas llegamos, sabemos que la compañía se negó a prestar al Sindicato carros de transportación para que los trabajadores que no estaban de turno esperaran a los funcionarios de la Capital. Estamos aquí, además del Jefe del Departamento del Trabajo (Antonio Villalobos) y del Secretario General del STPRM (Juan Grey), Francisco Palacios, Secretario del Consejo de Vigilancia de ese sindicato; Alfonso Flores, Secretario de Organización del STPRM; José Guadalupe Madrigal y Ranulfo V. Mercado, comisionados por la Sección 30 para tratar con el Ejecutivo General los problemas de su sección, y yo. Esperan varios representantes de Secciones vecinas, así como los señores Long y Blakelly, que en nombre de la empresa "El Águila", reciben al licenciado Villalobos" (2).
Y agregaba Vargas:
"Los camaradas Raúl Lara, Rafael Suárez, Pedro Messeguer, Constantino Casanova y el resto de la Directiva de la Sección 30, también están".
Al continuar el relato, leemos:
"Minutos después nos encontramos sentados a la mesa en el limpio y aireado comedor del campo americano.(.....) Por la tarde, después de que un señor de nombre Hume, me ha instalado en cómoda habitación, donde no falta radio, teléfono, baño, refrigeración, cama Simmons y verdor de jardines y amplitud de corredores, los camaradas del Sindicato me invitan para visitar las chozas.
"Y bajamos la pendiente hasta la tierra plana donde se estancan y pudren las aguas. Pasamos la puerta número uno, que separa oficialmente el campo americano del mexicano, en pleno suelo patrio" (3).
El autor de la la serie "Historias de Poza Rica", no puede dejar de advertir que la narración periodística de Elvira Vargas coincide plenamente con las informaciones que recogió de un buen número de entrevistas realizadas a obreros petroleros pozarricenses de aquellos años. Y puede señalar que la objetividad de la periodista capitalina sirve como poderoso vehículo para trasladar al lector de estos días al tiempo previo a la Expropiación, y para que se conozca cómo vivieron y sufrieron nuestros padres y nuestros abuelos, en aquellas jornadas históricas de lucha y reivindicación social de los trabajadores mexicanos. Seguimos:
"Sobre extensiones pantanosas, saturadas de lodo, charcos y basura, surgen las chozas de palma. Dentro de ellas se apretujan en la vida cotidiana, hombres y animales. De las puertas a los largos pasadizos formados, en los que sólo se puede ir de uno en uno, los obreros han puesto tablones pretendiendo librarse del lodo. El agua podrida, nubes de moscos anófelex y un geranio triste, completan el panorama con niños palúdicos y descriados. Es allí inútil el afán femenino por conservar limpieza; los pies se hunden y resbalan. Dentro de las chozas, inundadas varias veces, hay unos cuantos muebles sobre el piso de tierra" (4).
Después, la periodista comentó que los hijos de los trabajadores padecían cotidianamente distintas enfermedades y señaló que le contaron los obreros que la atención médica era muy deficiente y que no había en el campamento medicinas. Igualmente informaba que observó a un obrero, que le aseguró que era un pintor y que le dijo que los trabajadores deseaban mejorar sus casas habitación, pero que la compañía no les permitía realizar reparaciones en las mismas, pues alega que en cualquier momento “puede necesitar sus tierras” para instalar maquinaria o para otros usos.
Luego se señala:
“A la hombría con que el joven pintor ha explicado su situación, el señor Knight, alto jefe de la compañía, un tanto pálido de disgusto, contesta en forma brusca: pues si quiere usted vivir aquí, bien; si no, no. Nosotros empleamos trabajadores y no queremos tener nada que ver con lo de las casas, aunque éstas estén en malas condiciones. Para entonces se ha entablado un agrio diálogo entre Knight y el pintor. Expresa este último que es más pesado vivir en tales condiciones ya que es preciso ir bastante lejos para traer agua y para hacer uso de los sanitarios, llamados por mera ironía de tal modo” (5).
Posteriormente, Elvira Vargas narra que camina por las calles del campo etiope, siempre en medio de inmensos lodazales. Y agrega:
“El camarada Raúl Lara M., nos lleva hasta otro lote de casas que se levanta frente a las chozas. En una de esas incómodas habitaciones –un cuarto y una cocina-, viven él con su familia. Las mismas condiciones de insalubridad. Está montado el lote de casas sobre un tapanco, debajo de cuya tarima, corren también las aguas negras y sucias. Y allí están los nidales de moscos.
“Si no fuera por la presencia continua de la idea que nos recuerda que estamos en México, podríamos imaginar que vamos bordeando en nuestro recorrido la plena región pantanosa del Amazonas y no la zona de casas de los trabajadores que prestan servicios a la compañía petrolera más rica de México “El Águila” que hace, como por una castigo inexplicables, que sus obreros vivan así. Sin embargo, en Poza Rica los condena y los explota una empresa imperialista. ¿Sería mucho para la empresa dedicarse a cumplir con las leyes de México, y más aún, con las leyes humanas, levantando sitios decentes para la vida de sus asalariados? Nadie ignora las fantásticas ganancias que obtiene esa compañía de nuestro suelo y subsuelo, todos saben los millones que han salido de aquí al extranjero, mientras el mexicano, dueño de la tierra, vive miserablemente” (6).
La requisitoria de la periodista era objetiva y contundente. Sin miramientos, llamaba a las cosas por su nombre, hacia periodismo profesional sin concesiones. Elvira Vargas regresaría a Poza Rica 20 años después, y de nueva cuenta denunciaría los abusos de los poderosos, llamaría a las cosas por su nombre y fustigaría la represión y la barbarie del cacicazgo merinista. Por lo pronto, en aquel año de 1938 sus artículos elaborados desde Poza Rica fueron un factor más que apuntaban hacia la necesidad de reivindicar para los mexicanos la enorme riqueza petrolera.
Vargas cerraba la información de ese día con un hermoso trozo narrativo, que describía cómo era la noche en aquel campamento petrolero, que fue la raíz histórica de la amada ciudad que hoy tenemos los pozarricenses .
“La noche nos ha envuelto en estas primeras horas de nuestra estancia en Poza Rica. Será necesario caminar cuatro kilómetros para encontrar la manera de enviar un telegrama de información, que se logra por fin, después de una odisea. Al regresar al campo, bajo el cielo rojo de los enormes hachones que queman el gas que aún no se aprovecha industrialmente y que se quema además para no envenenar gentes y ganado, todas las siluetas toman un relieve insospechado. No se envidia aquí la iluminación de Nueva York; por todos los sitios, entre las lomas y entre los árboles las llamas dan aspecto de feria y también de infierno.
“Por los senderos encontramos mujeres y niños, trabajadores que caminan lentamente, silenciosos. Y más al centro, a donde se levanta un número ridículo de casas que ha construido la empresa, están abiertas las cantinas frente a las puertas de las oficinas rayadoras. El Sindicato ha hecho solicitudes para que se cierren. Dentro de esas cantinas se agrupan los hombres, pues necesariamente habrá muchos de ellos que por una u otra razón, se sientan impedidos a ahogar la angustia diaria de su situación, faltos de comodidad y calor hogareños, en las mesas de los bares.
“Y más al centro, rumbo al campo americano, sólo se escuchan los ruidos de las bombas, mientras las siluetas de tanques y chimeneas se dibujan en el horizonte con la claridad que dan las teas cuyas flamas alcanzan tantos metros lamiendo un cielo que pretende a momentos se azul pero que es inundado por el humo constante de la producción.
“Mañana los trabajadores tendrán su asamblea con el licenciado Villalobos, la cual la aguardan con inquietud y esperanza” (7).
En aquel mes de febrero de 1932, como bien lo apunta Elvira Vargas, en el campamento de Poza Rica, todo era expectación y confianza en el futuro. Se aproximaba la hora de una gran gesta histórica. Una gran periodista había venido hasta nuestra tierra para anunciar al país la inminencia de tan grandioso momento.
Notas
1.- Elvira Vargas, "Lo que ví en la tierra del petróleo", México, El Nacional, 1938, pp. 22 y 23.
2.- Ibid., p. 23.
3.- Ibid., pp. 23 y 24.
4.- Ibid., p. 24.
5.- Ibid., p. 25.
6.- Ibid., pp. 25 y 26.
7.- Ibid., pp. 26 y 27.
MERINO: LA ENORME FORTUNA DE UN CACIQUE
Merino llegó a amasar rápidamente una enorme fortuna, una parte de la cual –al terminar su gestión- pudo llevársela a los Estados Unidos, dejando otra buena parte en manos de sus aliados, voceros, sirvientes y lacayos.
Una minuciosa investigación periodística de la época, llevada a cabo por el reportero Antonio Caram (“Vida, milagros y tropelías de JJ. Merino”, en Revista Protesta, México, D.F., núm. 1, de 7 de noviembre de 1958, p. 13), reveló que la riqueza de Merino era fantástica. El modesto ingeniero topógrafo se convirtió, en apenas 14 años, en todo un potentado:
“Nos enteramos, posteriormente, de las propiedades y negocios del ingeniero Merino. Cuando menos de algunos de ellos. Por principio de cuentas, tiene cerca de veinte millones de dólares (de los de aquella época) depositado en varios bancos de los Estados Unidos y es, o propietario o accionista, de los siguientes negocios: el hotel Poza Rica (con un valor aproximado de tres millones de pesos y que se construyó con materiales y trabajadores de PEMEX); la pasteurizadota Huasteca de la que es socio el alemán Gualterio Adams (por cierto: Merino no permite que nadie de afuera introduzca leche en Poza Rica, por lo que sus habitantes se ven obligados a consumir leche de la pasteurizadora); dos agencias de automóviles; dos embotelladoras; los colegios Motolinia y Tepeyac; dos líneas de autobuses; el estacionamiento Continental; las radiodifusoras Tropicana y XEPR; el banco de Tuxpan; veinte autobuses de transporte escolar; un colegio particular en Huachinango y otro en Pachuca; cuatro automóviles de lujo; el fraccionamiento Jardines de Poza Rica; las colonias Veinte de Noviembre y Aviación; tres avionetas y un avión tipo caza y varias fincas diseminadas por toda la ciudad. Estas propiedades valen más de cien millones de pesos.
Aquí cabe hacer una pequeña cuenta: Merino tiene 20 años de vivir en Poza Rica. Vamos a suponer que en esos años ganó un sueldo de siete mil pesos mensuales y suponemos también que ahorró íntegro su sueldo. Merino debía tener, actualmente (l958), un millón seiscientos ochenta mil pesos”.
Las cuentas no le podían cuadrar al ingeniero Merino. Pero eso importaba bien poco, ya que él formaba parte de uno de los más poderosos grupos de poder político en el país. Grupo que era encabezado por el presidenciable Antonio J. Bermúdez. Si éste hubiera llegado al poder, en 1958, Merino no solo no hubiese caído, sino que casi seguramente habría acrecentado su poderío. Quien sabe, posiblemente hubiera despachado, en los siguientes años, desde la oficina de la Dirección General de PEMEX, en la ciudad de México.
Una minuciosa investigación periodística de la época, llevada a cabo por el reportero Antonio Caram (“Vida, milagros y tropelías de JJ. Merino”, en Revista Protesta, México, D.F., núm. 1, de 7 de noviembre de 1958, p. 13), reveló que la riqueza de Merino era fantástica. El modesto ingeniero topógrafo se convirtió, en apenas 14 años, en todo un potentado:
“Nos enteramos, posteriormente, de las propiedades y negocios del ingeniero Merino. Cuando menos de algunos de ellos. Por principio de cuentas, tiene cerca de veinte millones de dólares (de los de aquella época) depositado en varios bancos de los Estados Unidos y es, o propietario o accionista, de los siguientes negocios: el hotel Poza Rica (con un valor aproximado de tres millones de pesos y que se construyó con materiales y trabajadores de PEMEX); la pasteurizadota Huasteca de la que es socio el alemán Gualterio Adams (por cierto: Merino no permite que nadie de afuera introduzca leche en Poza Rica, por lo que sus habitantes se ven obligados a consumir leche de la pasteurizadora); dos agencias de automóviles; dos embotelladoras; los colegios Motolinia y Tepeyac; dos líneas de autobuses; el estacionamiento Continental; las radiodifusoras Tropicana y XEPR; el banco de Tuxpan; veinte autobuses de transporte escolar; un colegio particular en Huachinango y otro en Pachuca; cuatro automóviles de lujo; el fraccionamiento Jardines de Poza Rica; las colonias Veinte de Noviembre y Aviación; tres avionetas y un avión tipo caza y varias fincas diseminadas por toda la ciudad. Estas propiedades valen más de cien millones de pesos.
Aquí cabe hacer una pequeña cuenta: Merino tiene 20 años de vivir en Poza Rica. Vamos a suponer que en esos años ganó un sueldo de siete mil pesos mensuales y suponemos también que ahorró íntegro su sueldo. Merino debía tener, actualmente (l958), un millón seiscientos ochenta mil pesos”.
Las cuentas no le podían cuadrar al ingeniero Merino. Pero eso importaba bien poco, ya que él formaba parte de uno de los más poderosos grupos de poder político en el país. Grupo que era encabezado por el presidenciable Antonio J. Bermúdez. Si éste hubiera llegado al poder, en 1958, Merino no solo no hubiese caído, sino que casi seguramente habría acrecentado su poderío. Quien sabe, posiblemente hubiera despachado, en los siguientes años, desde la oficina de la Dirección General de PEMEX, en la ciudad de México.
Los obreros petroleros
LOS TRABAJADORES DE POZA RICA DE LA PRIMERA GENERACIÓN TUVIRON QUE SUFRIR UNA TERRIBLE SOBREEXPLOTACIÓN LABORAL. SUS JORNADAS DE TRABAJO ERAN MUY INTENSAS, DE MÁS DE 10 O 12 HORAS DE DURACIÓN. ABRÍAN BRECHAS, CAVABAN ZANJAS, USABAN LOS MACHETES PARA GANAR ESPACIO A LA SELVA; CARGABAN PESADAS TUBERÍAS; Y SUFRÍAN MAL TRATOS Y DESPRECIOS DE SUS JEFES EXTRANJEROS. EN LA GRÁFICA UN GRUPO DE PIONEROS POZARRICENSES, CONSTRUCTORES DE NUESTRA CIUDAD.
Los Antecedentes de Poza Rica
La historia de Poza Rica está profundamente vinculada a la historia de la industria petrolera del país. Por eso debemos arrancar este estudio con los antecedentes del llamado “oro negro” en la región del Golfo de México.
El petróleo en la región cercana de Poza Rica, más concretamente en la zona totonaca, fue conocido y utilizado por nuestros antepasados indígenas desde tiempos remotos. Sobre el uso del petróleo en la época prehispánica quedan pocas evidencias y existen escasas referencias en las crónicas, relaciones e historias. Así, por ejemplo, en un interesantísimo estudio de 1937, se señalaba:
“Las manifestaciones superficiales que delataban la existencia del petróleo
en México, sobre todo en la costa del Golfo, eran de tanta consideración,
que no pudieron ser ignoradas por los indios. Las negras chapopoteras,
charcos de liquido viscoso, tan abundantes en Tuxpan y Pànuco; las
asfalteras viejas y oxidadas, vetas de una substancia fácil de tajar, que
cubren el suelo de Papantla; el extraño y hediondo burbujeo que agitaba
las linfas de algunos manantiales; la afluencia de aguas saladas o
sulfurosas, y la aparición de películas de irisaciones sombrías extendidas
en las superficies de ríos y lagunas, no podían menos de ser observadas
por los habitantes de la región” (1).
Esos charcos viscosos, y temibles sobre todo, recibieron un nombre especial, que ha llegado hasta nuestros días, formando con sus raíces, la palabra híbrida “chapapotera” (2).
Los antiguos totonacos recogían el llamado “chapapotli” de la superficie de las aguas para utilizarlo como medicina, iluminante, material de construcción y como incienso para sus suntuosos ritos religiosos.
Don Jesús Silva Herzog se atreve a plantear que “es posible que en ciertas localidades, como por ejemplo, en algunas zonas de Papantla, las vetas de asfalto superficiales, fáciles de explotar a tajo abierto fueran trabajadas desde entonces, como lo son ahora, para proveer a ingenuos escultores rústicos de un material maleable, casi plástico, facilísimo de esculpir” (3).
Puede decirse con justeza, que la historia de la explotación del petróleo en México empieza en esta misma región, ya que el doctor Adolfo Autrey, de origen irlandés (y más tarde naturalizado mexicano), descubrió en l88l unas chapapoteras en un lugar denominado Cougas, hoy Furbero, cerca de la hermosa ciudad de Papantla, Veracruz.
La mina de petróleo explotada por Autrey fue llamada “La Constancia”, y el petróleo extraído de ese lugar era refinado en un alambique localizado en Papantla, produciendo petróleo iluminante utilizado en las llamadas lámparas de aun qué.
¿Porqué se llama Poza Rica?
En su famoso y maravilloso libro, sobre la historia de Poza Rica, Don Sinesio Capitanachi Luna explica de dónde proviene el nombre de nuestra ciudad. Comenta Don Sinesio que en el año de l872, siguiendo órdenes del entonces Presidente de la República, Don Benito Juárez, llegó a nuestra región una brigada militar, que incluía topógrafos y cartógrafos al mando de un joven cadete militar llamado Victoriano Huerta, quien mucho tiempo después figuraría con negros caracteres en nuestra historia patria, al traicionar y mandar asesinar al gran líder de la Revolución y verdadero Presidente demócrata Don Francisco I. Madero. Esta brigada llegó a realizar trabajos de deslinde y repartición de cuatro grandes lotes de tierras, como parte de los programas de desamortización de los terrenos baldíos que las leyes de Reforma establecían.
Al lote número uno le llamaron “Corralillo”; al número dos, “Troncones y Potrerillo”; mientras que al tercer terreno lo titularon como “POZA RICA”; y el cuarto lote fue bautizado como “Poza de Cuero”.
El nombre de Poza Rica surgió debido a que en un paraje del río Cazones se ubicaba una poza profunda que los indígenas del lugar valoraban porque era rica, abundante, de una gran variedad de peces. Es decir, era una “poza rica en peces”. Y de ahí proviene l nombre de nuestro municipio, y no por alguna relación con el petróleo, lo cual se comprueba con los documentos que el militar Victoriano Huerta suscribió en aquel tiempo al fraccionar los terrenos de nuestra región, mucho antes de que se descubrieran los primeros y ricos pozos petroleros en nuestra hermosa tierra chica.
En l903, los terrenos y las modestas instalaciones de Autrey y de su socio, el norteamericano John F. Dowling, fueron comprados por la compañía petrolera inglesa “Oil Fields of México”, la cual era dirigida por los empresarios Percy Furber y Artur C. Payne. Esta compañía intensificó los trabajos de perforación de pozos petroleros, construyó una vía angosta de ferrocarril y un oleoducto que partía de Furbero a la terminal marítima de Cobos (en la margen derecha del río Tuxpan, frente al puerto del mismo nombre), y estableció sus oficinas y talleres en el campo petrolero de Palma Sola (situado a 11 kilómetros al suroeste de Poza Rica).
Y llegó “El Águila”.
En el año de l925 la poderosa empresa petrolera “El Águila” compró a su vez, todos los terrenos y propiedades que habían pertenecido a la “Oil Fields”, entre los que figuraba un extenso lote de terreno denominado Poza Rica. Para junio del siguiente año (l926) la compañía “El Águila” inició la perforación del pozo “Poza Rica Núm. 2”. Y en los próximos años continuó incesantemente buscando petróleo en la región, perforando en sitios como Mecatepec, Corralillos y el propio Furbero.
Por fin, la empresa británica alcanzó un importante éxito productivo cuando el pozo Poza Rica 2 brotó el l8 de junio de l930. Dicho pozo, además de contar con una buena capacidad productiva, tenía un petróleo de gran calidad, muy ligero, “casi parecido a la gasolina”, según recuerdan viejos petroleros (ahora ya fallecidos) como Rafael Suárez y Emilio Gallardo.
Los estudios sismológicos y geológicos de “El Águila” confirmaron el extraordinario potencial productivo del incipiente campo petrolero de Poza Rica, y por ello, en febrero de l932 la dirección regional de “El Águila” decidió iniciar trabajos de desmonte, limpieza y “chapoleo” en este sitio para trasladar sus oficinas, talleres y casas-habitación de Palma Sola a lo que sería un nuevo asentamiento poblacional: nuestra Poza Rica.
El petróleo en la región cercana de Poza Rica, más concretamente en la zona totonaca, fue conocido y utilizado por nuestros antepasados indígenas desde tiempos remotos. Sobre el uso del petróleo en la época prehispánica quedan pocas evidencias y existen escasas referencias en las crónicas, relaciones e historias. Así, por ejemplo, en un interesantísimo estudio de 1937, se señalaba:
“Las manifestaciones superficiales que delataban la existencia del petróleo
en México, sobre todo en la costa del Golfo, eran de tanta consideración,
que no pudieron ser ignoradas por los indios. Las negras chapopoteras,
charcos de liquido viscoso, tan abundantes en Tuxpan y Pànuco; las
asfalteras viejas y oxidadas, vetas de una substancia fácil de tajar, que
cubren el suelo de Papantla; el extraño y hediondo burbujeo que agitaba
las linfas de algunos manantiales; la afluencia de aguas saladas o
sulfurosas, y la aparición de películas de irisaciones sombrías extendidas
en las superficies de ríos y lagunas, no podían menos de ser observadas
por los habitantes de la región” (1).
Esos charcos viscosos, y temibles sobre todo, recibieron un nombre especial, que ha llegado hasta nuestros días, formando con sus raíces, la palabra híbrida “chapapotera” (2).
Los antiguos totonacos recogían el llamado “chapapotli” de la superficie de las aguas para utilizarlo como medicina, iluminante, material de construcción y como incienso para sus suntuosos ritos religiosos.
Don Jesús Silva Herzog se atreve a plantear que “es posible que en ciertas localidades, como por ejemplo, en algunas zonas de Papantla, las vetas de asfalto superficiales, fáciles de explotar a tajo abierto fueran trabajadas desde entonces, como lo son ahora, para proveer a ingenuos escultores rústicos de un material maleable, casi plástico, facilísimo de esculpir” (3).
Puede decirse con justeza, que la historia de la explotación del petróleo en México empieza en esta misma región, ya que el doctor Adolfo Autrey, de origen irlandés (y más tarde naturalizado mexicano), descubrió en l88l unas chapapoteras en un lugar denominado Cougas, hoy Furbero, cerca de la hermosa ciudad de Papantla, Veracruz.
La mina de petróleo explotada por Autrey fue llamada “La Constancia”, y el petróleo extraído de ese lugar era refinado en un alambique localizado en Papantla, produciendo petróleo iluminante utilizado en las llamadas lámparas de aun qué.
¿Porqué se llama Poza Rica?
En su famoso y maravilloso libro, sobre la historia de Poza Rica, Don Sinesio Capitanachi Luna explica de dónde proviene el nombre de nuestra ciudad. Comenta Don Sinesio que en el año de l872, siguiendo órdenes del entonces Presidente de la República, Don Benito Juárez, llegó a nuestra región una brigada militar, que incluía topógrafos y cartógrafos al mando de un joven cadete militar llamado Victoriano Huerta, quien mucho tiempo después figuraría con negros caracteres en nuestra historia patria, al traicionar y mandar asesinar al gran líder de la Revolución y verdadero Presidente demócrata Don Francisco I. Madero. Esta brigada llegó a realizar trabajos de deslinde y repartición de cuatro grandes lotes de tierras, como parte de los programas de desamortización de los terrenos baldíos que las leyes de Reforma establecían.
Al lote número uno le llamaron “Corralillo”; al número dos, “Troncones y Potrerillo”; mientras que al tercer terreno lo titularon como “POZA RICA”; y el cuarto lote fue bautizado como “Poza de Cuero”.
El nombre de Poza Rica surgió debido a que en un paraje del río Cazones se ubicaba una poza profunda que los indígenas del lugar valoraban porque era rica, abundante, de una gran variedad de peces. Es decir, era una “poza rica en peces”. Y de ahí proviene l nombre de nuestro municipio, y no por alguna relación con el petróleo, lo cual se comprueba con los documentos que el militar Victoriano Huerta suscribió en aquel tiempo al fraccionar los terrenos de nuestra región, mucho antes de que se descubrieran los primeros y ricos pozos petroleros en nuestra hermosa tierra chica.
En l903, los terrenos y las modestas instalaciones de Autrey y de su socio, el norteamericano John F. Dowling, fueron comprados por la compañía petrolera inglesa “Oil Fields of México”, la cual era dirigida por los empresarios Percy Furber y Artur C. Payne. Esta compañía intensificó los trabajos de perforación de pozos petroleros, construyó una vía angosta de ferrocarril y un oleoducto que partía de Furbero a la terminal marítima de Cobos (en la margen derecha del río Tuxpan, frente al puerto del mismo nombre), y estableció sus oficinas y talleres en el campo petrolero de Palma Sola (situado a 11 kilómetros al suroeste de Poza Rica).
Y llegó “El Águila”.
En el año de l925 la poderosa empresa petrolera “El Águila” compró a su vez, todos los terrenos y propiedades que habían pertenecido a la “Oil Fields”, entre los que figuraba un extenso lote de terreno denominado Poza Rica. Para junio del siguiente año (l926) la compañía “El Águila” inició la perforación del pozo “Poza Rica Núm. 2”. Y en los próximos años continuó incesantemente buscando petróleo en la región, perforando en sitios como Mecatepec, Corralillos y el propio Furbero.
Por fin, la empresa británica alcanzó un importante éxito productivo cuando el pozo Poza Rica 2 brotó el l8 de junio de l930. Dicho pozo, además de contar con una buena capacidad productiva, tenía un petróleo de gran calidad, muy ligero, “casi parecido a la gasolina”, según recuerdan viejos petroleros (ahora ya fallecidos) como Rafael Suárez y Emilio Gallardo.
Los estudios sismológicos y geológicos de “El Águila” confirmaron el extraordinario potencial productivo del incipiente campo petrolero de Poza Rica, y por ello, en febrero de l932 la dirección regional de “El Águila” decidió iniciar trabajos de desmonte, limpieza y “chapoleo” en este sitio para trasladar sus oficinas, talleres y casas-habitación de Palma Sola a lo que sería un nuevo asentamiento poblacional: nuestra Poza Rica.
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