miércoles, 8 de julio de 2009

LA COLONIA ETIOPE


EL ATRTÍCULO LA COLONIA ETIOPE APARECIÓ EN EL DIARIO "NORESTE", EN EL AÑO DE 2003. EN ÉL SE REFIERE LA POBREZA DE LA COLONIA OBRERA EN SUS PRIMEROS AÑOS DE VIDA


Historias de Poza Rica


"LA COLONIA ETIOPE"

Mario A. Román

La periodista Elvira Vargas, del diario capitalino "El Nacional", visitó Poza Rica por vez primera el 6 de febrero de 1938. Las profundas impresiones que le produjo la miseria en que vivían los trabajadores petroleros y sus familias las plasmó en una serie de reportajes, que se convertirían luego en un pequeño libro titulado "Lo que ví en la tierra del petróleo".
De inmediato, después de su arribo -vía área-, la reportera realizó un recorrido por el bravío campamento petrolero. A continuación presentamos parte de lo que escribió la pundonorosa reportera:
"En la loma (donde viven los americanos), todo está bien distribuido y orientado, destacando su saneamiento, comodidad y salubridad. Sobre la tierra baja, en cambio, se observan lotes de chozas apiñadas y miserables, rodeadas de cunetas pantanosas, por las que corren las aguas negras provenientes de la aristocrática colonia americana. En esas chozas es donde viven los trabajadores. Y ellas hacen ver, también, la miseria, la mugre y los focos de infección y enfermedades" (1).
En el reportaje publicado el día 12 de febrero de aquel año (1938), Elvira Vargas, con un estilo llano y directo, apuntaba cuáles habían sido sus primeros movimientos en Poza Rica:
"Desde el campo de aterrizaje, donde un nutrido grupo de trabajadores espera, hemos de seguir hasta el campamento y hasta los bungalows, dejando a la derecha la colonia etíope, como llama con escarnio al manchón negro de chozas, el explotador extranjero.
"Apenas llegamos, sabemos que la compañía se negó a prestar al Sindicato carros de transportación para que los trabajadores que no estaban de turno esperaran a los funcionarios de la Capital. Estamos aquí, además del Jefe del Departamento del Trabajo (Antonio Villalobos) y del Secretario General del STPRM (Juan Grey), Francisco Palacios, Secretario del Consejo de Vigilancia de ese sindicato; Alfonso Flores, Secretario de Organización del STPRM; José Guadalupe Madrigal y Ranulfo V. Mercado, comisionados por la Sección 30 para tratar con el Ejecutivo General los problemas de su sección, y yo. Esperan varios representantes de Secciones vecinas, así como los señores Long y Blakelly, que en nombre de la empresa "El Águila", reciben al licenciado Villalobos" (2).
Y agregaba Vargas:
"Los camaradas Raúl Lara, Rafael Suárez, Pedro Messeguer, Constantino Casanova y el resto de la Directiva de la Sección 30, también están".
Al continuar el relato, leemos:
"Minutos después nos encontramos sentados a la mesa en el limpio y aireado comedor del campo americano.(.....) Por la tarde, después de que un señor de nombre Hume, me ha instalado en cómoda habitación, donde no falta radio, teléfono, baño, refrigeración, cama Simmons y verdor de jardines y amplitud de corredores, los camaradas del Sindicato me invitan para visitar las chozas.
"Y bajamos la pendiente hasta la tierra plana donde se estancan y pudren las aguas. Pasamos la puerta número uno, que separa oficialmente el campo americano del mexicano, en pleno suelo patrio" (3).
El autor de la la serie "Historias de Poza Rica", no puede dejar de advertir que la narración periodística de Elvira Vargas coincide plenamente con las informaciones que recogió de un buen número de entrevistas realizadas a obreros petroleros pozarricenses de aquellos años. Y puede señalar que la objetividad de la periodista capitalina sirve como poderoso vehículo para trasladar al lector de estos días al tiempo previo a la Expropiación, y para que se conozca cómo vivieron y sufrieron nuestros padres y nuestros abuelos, en aquellas jornadas históricas de lucha y reivindicación social de los trabajadores mexicanos. Seguimos:
"Sobre extensiones pantanosas, saturadas de lodo, charcos y basura, surgen las chozas de palma. Dentro de ellas se apretujan en la vida cotidiana, hombres y animales. De las puertas a los largos pasadizos formados, en los que sólo se puede ir de uno en uno, los obreros han puesto tablones pretendiendo librarse del lodo. El agua podrida, nubes de moscos anófelex y un geranio triste, completan el panorama con niños palúdicos y descriados. Es allí inútil el afán femenino por conservar limpieza; los pies se hunden y resbalan. Dentro de las chozas, inundadas varias veces, hay unos cuantos muebles sobre el piso de tierra" (4).
Después, la periodista comentó que los hijos de los trabajadores padecían cotidianamente distintas enfermedades y señaló que le contaron los obreros que la atención médica era muy deficiente y que no había en el campamento medicinas. Igualmente informaba que observó a un obrero, que le aseguró que era un pintor y que le dijo que los trabajadores deseaban mejorar sus casas habitación, pero que la compañía no les permitía realizar reparaciones en las mismas, pues alega que en cualquier momento “puede necesitar sus tierras” para instalar maquinaria o para otros usos.
Luego se señala:
“A la hombría con que el joven pintor ha explicado su situación, el señor Knight, alto jefe de la compañía, un tanto pálido de disgusto, contesta en forma brusca: pues si quiere usted vivir aquí, bien; si no, no. Nosotros empleamos trabajadores y no queremos tener nada que ver con lo de las casas, aunque éstas estén en malas condiciones. Para entonces se ha entablado un agrio diálogo entre Knight y el pintor. Expresa este último que es más pesado vivir en tales condiciones ya que es preciso ir bastante lejos para traer agua y para hacer uso de los sanitarios, llamados por mera ironía de tal modo” (5).
Posteriormente, Elvira Vargas narra que camina por las calles del campo etiope, siempre en medio de inmensos lodazales. Y agrega:
“El camarada Raúl Lara M., nos lleva hasta otro lote de casas que se levanta frente a las chozas. En una de esas incómodas habitaciones –un cuarto y una cocina-, viven él con su familia. Las mismas condiciones de insalubridad. Está montado el lote de casas sobre un tapanco, debajo de cuya tarima, corren también las aguas negras y sucias. Y allí están los nidales de moscos.
“Si no fuera por la presencia continua de la idea que nos recuerda que estamos en México, podríamos imaginar que vamos bordeando en nuestro recorrido la plena región pantanosa del Amazonas y no la zona de casas de los trabajadores que prestan servicios a la compañía petrolera más rica de México “El Águila” que hace, como por una castigo inexplicables, que sus obreros vivan así. Sin embargo, en Poza Rica los condena y los explota una empresa imperialista. ¿Sería mucho para la empresa dedicarse a cumplir con las leyes de México, y más aún, con las leyes humanas, levantando sitios decentes para la vida de sus asalariados? Nadie ignora las fantásticas ganancias que obtiene esa compañía de nuestro suelo y subsuelo, todos saben los millones que han salido de aquí al extranjero, mientras el mexicano, dueño de la tierra, vive miserablemente” (6).
La requisitoria de la periodista era objetiva y contundente. Sin miramientos, llamaba a las cosas por su nombre, hacia periodismo profesional sin concesiones. Elvira Vargas regresaría a Poza Rica 20 años después, y de nueva cuenta denunciaría los abusos de los poderosos, llamaría a las cosas por su nombre y fustigaría la represión y la barbarie del cacicazgo merinista. Por lo pronto, en aquel año de 1938 sus artículos elaborados desde Poza Rica fueron un factor más que apuntaban hacia la necesidad de reivindicar para los mexicanos la enorme riqueza petrolera.
Vargas cerraba la información de ese día con un hermoso trozo narrativo, que describía cómo era la noche en aquel campamento petrolero, que fue la raíz histórica de la amada ciudad que hoy tenemos los pozarricenses .
“La noche nos ha envuelto en estas primeras horas de nuestra estancia en Poza Rica. Será necesario caminar cuatro kilómetros para encontrar la manera de enviar un telegrama de información, que se logra por fin, después de una odisea. Al regresar al campo, bajo el cielo rojo de los enormes hachones que queman el gas que aún no se aprovecha industrialmente y que se quema además para no envenenar gentes y ganado, todas las siluetas toman un relieve insospechado. No se envidia aquí la iluminación de Nueva York; por todos los sitios, entre las lomas y entre los árboles las llamas dan aspecto de feria y también de infierno.
“Por los senderos encontramos mujeres y niños, trabajadores que caminan lentamente, silenciosos. Y más al centro, a donde se levanta un número ridículo de casas que ha construido la empresa, están abiertas las cantinas frente a las puertas de las oficinas rayadoras. El Sindicato ha hecho solicitudes para que se cierren. Dentro de esas cantinas se agrupan los hombres, pues necesariamente habrá muchos de ellos que por una u otra razón, se sientan impedidos a ahogar la angustia diaria de su situación, faltos de comodidad y calor hogareños, en las mesas de los bares.
“Y más al centro, rumbo al campo americano, sólo se escuchan los ruidos de las bombas, mientras las siluetas de tanques y chimeneas se dibujan en el horizonte con la claridad que dan las teas cuyas flamas alcanzan tantos metros lamiendo un cielo que pretende a momentos se azul pero que es inundado por el humo constante de la producción.
“Mañana los trabajadores tendrán su asamblea con el licenciado Villalobos, la cual la aguardan con inquietud y esperanza” (7).
En aquel mes de febrero de 1932, como bien lo apunta Elvira Vargas, en el campamento de Poza Rica, todo era expectación y confianza en el futuro. Se aproximaba la hora de una gran gesta histórica. Una gran periodista había venido hasta nuestra tierra para anunciar al país la inminencia de tan grandioso momento.



Notas
1.- Elvira Vargas, "Lo que ví en la tierra del petróleo", México, El Nacional, 1938, pp. 22 y 23.
2.- Ibid., p. 23.
3.- Ibid., pp. 23 y 24.
4.- Ibid., p. 24.
5.- Ibid., p. 25.
6.- Ibid., pp. 25 y 26.
7.- Ibid., pp. 26 y 27.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me llamo Juan Moreno y fui alumna del profe Mario en el IESPR. Muy buen trabajo el suyo sobre la historia real de Poza Rica. Felicito a mi profe

Anónimo dijo...

Sin ofender, pero el cronista es Leonardo Zaleta, quien es reconocido por el ayuntamiento y es un cargo vitalicio o hasta que ya no es facultado para serlo. El cronista adjunto no existe como tal.